Ambientes
Principales ambientes y lugares del Templo

 

GRANDES OBRAS EN LA IGLESIA EN 1934-35

Las importantes obras de reparación y embellecimiento que se emprenden en la iglesia en 1934 venían proyectándose desde bastante tiempo antes. Prueba de ello es que ya se apunta esta idea en el acta de la Junta General de la Cofradía del Carmen celebrada el 1 de noviembre de 1929, recogiendo las palabras que en el acto pronunció el Director, P. Augusto de la Cruz:

“Desde hace ya tiempo acariciamos todos, Comunidad, Tercera Orden, Cofradía del Carmen y Cofradía del Niño Jesús el propósito de un arreglo radical en esta nuestra querida iglesia, y su concurrido culto sagrado reclama urgentemente nuevos ornamentos, nueva pintura, nuevo alumbrado..., todo lo cual se ha de hacer, Dios mediante, no sin antes estudiar seriamente si cabe o no de alguna manera una buena ampliación del mismo templo; la ejecución de este proyecto no se ha de aplazar más allá del próximo verano, y a cuya realización hemos de cooperar todos bajo la protección de Nuestra Santísima Madre la Virgen del Carmen”.

La obra, sin embargo, se fue posponiendo, pues el arriba citado religioso intentó seriamente lograr el agrandamiento de la iglesia (por la parte de la cabecera), idea que se venía exponiendo en las Memorias de la Cofradía desde 1917 como de necesaria ejecución para solucionar el problema que originaba la masiva afluencia de público durante la Novena de la Virgen, en la que siempre se evidenciaba la capacidad del templo absolutamente insuficiente. Pero al final hubo que desechar la iniciativa por las muchísimas dificultades y el enorme gasto que planteaba.

Vuelve dicho señor a la carga sobre el asunto de la restauración y mejoras en la Junta General anual de cofrades, habida precisamente en el recinto sagrado el 1 de noviembre de 1933:

“El repetido P. Director anunció una vez más los deseos de la Cofradía por arreglar esta nuestra iglesia, necesitada en verdad de mucha reparación, esperando en la Virgen del Carmen que proporcionará los medios necesarios para realizarlo y la debida paz y garantía para emprender esta obra”.

Exactamente un año después, y en el mismo lugar, el P. Augusto podía anunciar “cómo estaban ya empezando las obras de la iglesia, de las que se daría cuenta en una Junta General”.

El mismo Libro de Actas describe de esta forma las intervenciones efectuadas:

Obras en la iglesia.

Con fecha 25 de Septiembre de 1934, la Cofradía del Carmen cedió a la Comunidad las 8.000 pts. nominales que, desde hacía mucho tiempo, la tenía prestada sin interés, con la condición de que por su cuenta hiciera y conservara nueva instalación eléctrica en la iglesia; a primeros de Septiembre del mismo año, el electricista bilbaíno D. Nicolás Elorza empezó esta instalación, en la que la Comunidad gastó 5.256,65 pts.

A mediados de Septiembre de 1934 el contratista santanderino D. Francisco Sopelana empezó las obras de la iglesia, que principalmente fueron nuevo tillado completo; presbiterio de mármol negro de Mañaria y parquet; friso nuevo negro de uralita; nuevas tarimas de altares y confesionarios; muchas reparaciones de carpintería y albañilería; y los andamios para la pintura. Por todos sus trabajos se le pagaron 19.194,75 pts.

El ebanista santanderino hizo los dos últimos confesionarios, por lo que cobró 1.500,00 pts.

Pintura.

El día 7 de Enero de 1935 empezaron los trabajos de pintura y decoración de la iglesia, bajo la dirección del artista montañés D. Flavio San Román, quien para la parte lisa de la pintura y el dorado se valió del pintor santanderino D. Pablo Güemes. La obra de pintura y decoración se terminó hacia fines de Noviembre del mismo año, siendo su gasto 34.750,00 pts.

Aparte, los marcos de escayola para los dos grandes cuadros proyectados y algún otro trabajo pequeño, el mismo D. Flavio ha cobrado 379,50 pts.

Por Noviembre de 1934 el Rvdo. P. Angélico pintó el camarín de la Virgen, por cuyo trabajo se le gratificó con 500,00 pts. y gastó en materiales 115,00.

Viendo que la pintura del P. Angélico desentonaba mucho del resto de la decoración de la iglesia hecha por D. Flavio, éste pintó de nuevo el camarín tal como ahora está, lo que ha hecho del todo gratuitamente.

El dorado de las verjas de los 3 altares costó la cantidad de 563,00 pts.

El arreglo de la verja y ventanas de la entrada de la iglesia y su pintura, que ha hecho D. Gerardo Cervera, costó 547,55 pts.

La Cofradía del Niño Jesús de Praga y la Pía Unión de Santa Teresita han cooperado a estos gastos cada una con 2.000 pts., con las que se pagó el nuevo altar del Niño Jesús, obra del artista durangués D. Teodoro Basoa, cuyo precio fue 4.000,00 pts.

Se ha comprado un nuevo “Portal” con la limosna de 250 pts. que dio Dña. Prudencia Pagola, y un “Niño Jesús en cuna” por 50 pts.; por estos dos objetos, el Sr. Iturriza de Bilbao, a quien se le compraron, cobró 290,00 pts.

Múltiples gastos pequeños en la iglesia, sumados han hecho la cantidad de 814,35 pts.

Los Sres. Iturriza y Larrea, de Bilbao, nos hacen un “Monumento” por el que les pagamos 2.200,00 pts.

El acuchillar los entarimados y las tribunas nos ha costado la cantidad de 140,00 pts.

La V.O. Tercera ha cooperado a estos gastos participando con la compra de cuatro hermosas casullas que le han costado la cantidad de 400,00 pts.

Con limosnas que no son de ninguna Cofradía se han comprado un nuevo cáliz y nueva capa blanca pluvial, se han plateado varios candeleros y dorado un copón, que con otros gastos en la sacristía suman la cantidad de 693,85 pts.

El total de gastos en la iglesia y objetos de la sacristía ha sido la cantidad de 70.944,65 pts.”.

Como se habrá podido comprobar por la lectura del texto que antecede, las intervenciones fueron múltiples y variaron sensiblemente la apariencia del templo, mejorándolo sobremanera.

La construcción del nuevo altar del Niño Jesús y Santa Teresita, que se situó en el emplazamiento del anterior (al fondo del crucero, donde hoy está el Cristo Crucificado) supuso, naturalmente, la supresión de aquel retablo estrenado once años antes y la retirada de las imágenes de los Sagrados Corazones, San Alberto de Sicilia y San Antonio de Padua.

Hay que precisar también que el Niño Jesús en cuna que se adquiere en 1935 no es el que hoy sigue en la iglesia, sino uno de los dos que en la actualidad se sacan por Navidades para dar a besar a los fieles. El que se venera en el templo, dentro de su primorosa urna de madera y cristal, es una talla muy estimable y magníficamente encarnada que ya estaba en el Carmen mediados los años 20 expuesta en otra urna exenta que podía verse en el presbiterio, aproximadamente donde ahora se ubica el ambón para los lectores. Se trata de una fiel reproducción, esculpida sobre cedro, de la imagen que recibe culto en la Basílica de la Natividad de Belén, y como ésta salió de las manos del escultor Francisco Rogés, quien trabajaba para la firma barcelonesa de arte religioso "Viuda de Reixach", después "Reixach-Campanyà". Se daba a besar por aquellas épocas a los devotos en las jornadas navideñas. Pero en 1935 queda colocado en el nuevo altar del Niño Jesús de Praga y Santa Teresita, por lo que es preciso adquirir una efigie de menos valor para la veneración popular de Pascuas.

La documentación arriba transcrita nos habla también de la decoración pictórica del camarín de la Virgen del Carmen. Desde los primeros tiempos de la iglesia, este espacio imitó un cielo azul salpicado de nubes como fondo adecuado a la gran talla de Nuestra Señora. La pintura originaria mostraba una bonita alternancia de vaporosas pero abundantes nubecillas muy bien interpretadas; más sus deterioros aconsejaron que el P. Angélico sustituyera la obra existente por otra nueva en noviembre de 1934. Sin embargo, no nos han llegado testimonios fotográficos -que sepamos- de esta segunda decoración, dado el escaso tiempo que perduró. Según informa el P. Alberto de la Virgen del Carmen en su voluminoso libro Historia de la Reforma Teresiana (Ed. de Espiritualidad; Madrid, 1968) este P. Angélico, cuyo nombre de pila era Sabiniano Cabañas Mecoleta, había nacido en Sesma (Navarra) el 7 de junio de 1903 y fue asesinado, a los 33 años de edad, en julio de 1936. Notable pintor, discípulo de maestros tan reputados como Garnelo y Benlliure, se consagró de lleno al arte siendo ya religioso e instaló su estudio en Valencia. Celebró varias exposiciones, incluso en Madrid, recibiendo grandes elogios por su vena colorista. Muchos cuadros suyos perecieron al ser destruido su estudio de la ciudad del Turia tras su asesinato; otros se guardan en diversos conventos.

Sí conocemos perfectamente cómo fue la tercera decoración del camarín, hecha por Flavio San Román, quien creó un cielo más bien despejado en la parte alta, donde apenas unas blanquecinas y finísimas nubecillas alargadas, casi desdibujadas, lograban una cierta variación cromática, mientras que en la zona inferior aparecían otras más espesas, entre las que se mostraban siete cabezas de angelillos, con sus alas también visibles, emergiendo sonrientes del blanquecino mar de cúmulos.

EL CICLO PICTÓRICO DE FLAVIO SAN ROMÁN

Pero lo más sustativo de las intervenciones habidas en el templo durante las obras de 1934-35 fue su completa decoración pictórica a cargo del notable artista cántabro Flavio San Román Incera, arriba apuntada.

Este pintor (Bárcena de Cicero, 1889-Santander, 1951) ha merecido un puesto destacado entre los creadores plásticos de Cantabria por diversos motivos: en primer lugar, porque fue un excelente dibujante, como demuestran sus retratos a lápiz o a carbón, sumamente diestros y depurados, en los que la entidad psicológica del efigiado, muy bien captada, se une a una alta dignidad espiritual que el artista sabe conseguir emane de los rostros. Un notable ejemplo es el impresionante de Agustín Riancho que forma parte de los fondos del Museo de Bellas Artes de Santander.

Una segunda causa de celebridad es su producción retratística como pintor. Tiene razón el historiador del arte Antonio Martínez Cerezo cuando dice en su libro La Pintura Montañesa (Ibérico-Europea de Ediciones; Madrid, 1975) que la factura de Flavio es “algo relamida, ingresiana y demodée”, muy dentro del academicismo decimonónico, pero incluso en sus creaciones menos gratas se salva la obra por esa profunda dignidad y excelente observación que reflejan los semblantes de los efigiados, al igual que en los dibujos. Algunos de sus retratos son elegantes y armónicos, irreprochables; otros, en cambio, adolecen de acartonamientos e insipideces, pero siempre seducen los rostros, espejos del alma.

Aún hay un tercer motivo para la celebridad de Flavio y es su magisterio sobre una notable generación de creadores cántabros. “En su estudio -dice Martínez Cerezo, op. cit.- se dieron cita bastantes de los pintores que actualmente están en vena de aciertos. Unos lo hacían en calidad de alumnos y otros para ver qué se cocía allí dentro. Entre los primeros destacan Raba, Joaquín de la Puente y Fernando Calderón”.

Sin embargo, no fue nuestro artista exclusivamente retratista. También abordó el paisaje y la temática religiosa, si bien en estas dos facetas es mucho menos conocido. El mejor y más amplio ejemplo de su labor en el último de dichos terrenos fue el ciclo pictórico llevado a cabo para la iglesia del Carmen. El ambicioso proyecto contemplaba la realización de cuatro lienzos de formato vertical y rematados en arco apuntado, para coincidir con la disposición de la pared, en los que se representaría de cuerpo entero a los Evangelistas; irían colocadas estas pinturas dos a cada lado del retablo mayor, en los muros laterales. Además, otros veinte lienzos circulares mostrando bustos de santos, con lógica preponderancia de carmelitas, repartidos por toda la nave central y crucero, entre los arcos. También, diversas escenas angélicas directamente pintadas sobre los muros, en número de catorce. Y, finalmente, dos enormes cuadros de formato apaisado, colocados frente por frente en las paredes de las naves del crucero; estos últimos se dejaron en blanco en espera de una segunda fase de trabajos, a emprender una vez que las arcas de la Cofradía del Carmen (que, como hemos visto, fue la pagadora) se recuperasen, aunque quedarían en tal estado hasta mediados los años 50.

Los Evangelistas. Según miramos al presbiterio de la iglesia, a la izquierda vemos a San Mateo y San Lucas; a la derecha están San Marcos y San Juan. La identificación no es posible en base a su iconografía, ya que no ostentan atributos que los hagan reconocibles; pero la razón de esta aparentemente extraña circunstancia es que en la pared de debajo de los cuadros fueron realizados cuatro medallones similares a los del resto del templo, solo que estampados directamente sobre el muro y no pintados sino en grisalla, en los que se representaban las simbólicas efigies de los Evangelistas, es decir, el tetramorfos: ángel (Mateo), toro (Lucas), león (Marcos) y águila (Juan).   

Los evangelistas del lado derecho, Marcos y Juan, copian fielmente -aunque con notable diferencia de concepto pictórico- dos célebres tablas de Alberto Durero que se exponen en la Alte Pinakothek de Munich (Alemania), si bien hay que hacer constar que el San Marcos de Flavio es San Pablo en la obra del genio germano, motivo por el que nuestro artista suprimió la espada representativa del apóstol de los gentiles que ostenta el original. Los dos santos de Durero fueron pintados en 1526 y regalados por el propio maestro a su ciudad de Nuremberg.

Estos cuadros sanromanescos son característicos de su quehacer, mostrando figuras graves y solemnes, de dibujo cuidadoso e impecable (suprema obsesión del autor) y de moderado color, que emergen de fondos neutros y viven una serena introspección. Quizá el mejor sea el San Marcos por su poderosa monumentalidad y los preciosos matices tonales de su gran manto, en el que toda una sutil gama de grises configura el juego de pliegues sobre el blanco purísimo de aquél. Bien es verdad que ello se debe fundamentalmente al original de Durero, pero Flavio ha sabido interpretar el egregio modelo con dignidad y acierto sobrados. Lo mismo cabe decir del San Juan. De los otros dos se señalará que, aunque válidos, resultan inferiores y, sobre todo el San Lucas, presenta ciertos acartonamientos o sequedades en los ropajes no extraños en la desigual producción sanromanesca.

Los medallones. Entre los arcos de la nave central y también en los del crucero pintó Flavio, sobre lienzo, veinte medallones circulares con los rostros de diversos santos. Los nombres de los mismos aparecían pintados alrededor de las efigies, cosa necesaria para su identificación al no ostentar símbolos que los hagan inmediatamente reconocibles.

En el sector del presbiterio quiso exaltar el artista -o así le fue impuesto por la Comunidad- las glorias del Viejo Carmelo, tipificadas en 4 santos: Elías profeta, tenido tradicionalmente por padre de esta familia religiosa, y su discípulo Eliseo, al que podríamos llamar segundo patriarca de la Orden; Alberto de Jerusalén, legislador de la misma, y Simón Stock, que recibió de la Virgen el Santo Escapulario.

En el segundo tramo de la nave central, el más próximo al crucero, se representó a los paladines del Carmen Reformado o Descalzo, al que pertenece el templo santanderino: Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, los grandes místicos creadores del nuevo Carmelo y Doctores de la Iglesia; Teresita del Niño Jesús, canonizada no mucho antes de ser aquí efigiada y gloria reciente de la Orden, testimonio de que ésta continúa produciendo frutos admirables; y el Venerable P. Domingo de San José, restaurador del Carmen Descalzo en España en 1868.

El primer tramo de la misma nave, el más cercano a la entrada principal, nos canta las grandezas de las demás Órdenes Religiosas, ejemplificadas en San Francisco de Asís, fundador de los Frailes Menores (Franciscanos), Santo Tomás de Aquino, el insigne doctor de la Orden de Predicadores (Dominicos), San Ignacio de Loyola, creador de la Compañía de Jesús (Jesuitas), y, finalmente, Santo Toribio de Liébana, el semi legendario eclesiástico palentino que quiso abandonar el mundo para abrazar la regla monacal de San Benito (benedictina) en las fragosidades de la montaña de Cantabria.    

Los elegidos para los dos brazos del crucero no siguen ya una ordenación “temática” rigurosa, sino que constituyen una especie de miscelánea de figuras significativas ya del Carmelo, ya emparentadas con éste, ya de la Iglesia Española, ya de la provincia carmelitana a la que pertenece la casa de Santander. Así, en el lado izquierdo (contando desde los pies del templo) están San Agustín, doctor tan caro a la Santa Reformadora por su sabia doctrina; San Francisco Javier, el gran apóstol de las Indias coetáneo de Santa Teresa y canonizado junto a ella; San Pedro de Alcántara, el riguroso franciscano que tanto ayudó a la Madre en su reforma; y, finalmente, el Venerable P. Juan de Jesús María, admirable fruto del nuevo Carmelo y, en concreto, de la Provincia de Navarra a la que pertenece la casa santanderina (el ilustre religioso nació en Calahorra). En el otro brazo del crucero, San Isidoro de Sevilla, gloria de la Iglesia Española; San Cirilo de Alejandría, aquel patriarca que el Carmelo tiene por parte de la Orden; San Joaquín, padre de la Virgen María y patrono de la provincia carmelitana de Navarra, que lleva su nombre; y el Venerable Hno. Juan de Jesús San Joaquín, carmelita, propagador incansable de la devoción a la Santa Infancia y al glorioso padre de Nuestra Señora por tierras navarras, de modo que a él se debe remotamente el patronazgo del mismo sobre esta provincia de la Orden.

Estos medallones son, en general, de excelente calidad. Puestos a elegir, podemos destacar el del profeta Elías, noble anciano de luenga barba blanca captado de perfil, efigie de gran carácter y elegante parquedad cromática. También estupendo el San Simón Stock, igualmente visto en edad senil pero -a diferencia del anterior- de dulce y extática apariencia. Merecen asimismo resaltarse el enjuto e iluminado San Pedro de Alcántara; el San Francisco de Asís, que copia un célebre lienzo de Zurbarán existente en la Alte Pinakothek de Munich; el grave Santo Toribio de Liébana; San Alberto de Jerusalén, con todo su ser arrobado hacia lo alto; San Isidoro de Sevilla, con sus bellos ropajes episcopales...

Ningún medallón de este conjunto desmerece del resto y, si parece hacerlo por su sequedad el del Hno. Juan de Jesús San Joaquín es a causa de que copia fielmente un retrato (en grabado) del venerable que ha llegado hasta nosotros. También el San Ignacio de Loyola tiene los rasgos tomados del célebre retrato del santo por Alonso Sánchez Coello que se guardaba en la madrileña iglesia de la Flor, destruido en 1931.

Los ángeles murales. Además de los veinticuatro lienzos que van comentados, Flavio San Román completó la decoración del templo con diversas escenas angélicas pintadas al óleo directamente sobre los muros. Las cuatro parejas de ángeles adolescentes, elegantemente entunicados, que sostienen escudos se disponen sobre la nave central, por encima de las tribunas. Los mencionados escudos son: el de la ciudad de Santander y el de la Orden Carmelita en el muro izquierdo (desde la entrada) y en el derecho los de S.S. el Papa Pío XI y el Obispo D. José Eguino y Trecu; el primero regía la Iglesia Universal y el segundo la Diocesana en 1935, cuando se realizaron las pinturas.

De nuevo nos encontramos en estos ángeles con el Flavio más habitual, fascinado por un dibujo sumamente preciso y académico, afecto a las tonalidades apagadas y elegantes... Tales características manifiestan esos jóvenes alados llenos de gracia renacentista y grata pureza de líneas. Muy semejantes y no menos bellos, los dos que ocupaban los lienzos de pared a ambos lados del arco sobre el que descansa el coro del templo; solo que éstos, en lugar de sujetar escudos, aparecían en actitud de hacer música, soplando unas larguísimas trompetas que no serían las del Juicio Final, dada la amable actitud de las criaturas celestes.

En los muros laterales sobre el presbiterio, por encima de las tribunas, aparecían dos escenas: la de la izquierda mostraba al centro un gran ángel orante, en pie, de bellísimo rostro inclinado humildemente y manos unidas a la altura del pecho, en característica actitud de rezo; a ambos lados de él, sobre nubes y con un fondo de cielo azul, pequeños angelotes desnudos sostenían filacterias con inscripciones alusivas a la Orden Carmelita. La escena de la derecha era similar, pero el ángel central, de delicioso rostro femenino y muy gentil porte, mostraba un incensario que parecía balancear con la misma actitud de los acólitos en las solemnes celebraciones litúrgicas.

Hasta aquí las representaciones angélicas de tamaño mayor. Aún había otras de menores proporciones, pero también llenas de encanto. Así, sobre los evangelistas aparecían dos angelillos desnudos (uno a cada lado del presbiterio) flotando sobre las nubes y tocando el violín. Finalmente, en cada uno de los cuatro muros del crucero (sobre las tribunas) podía verse una pareja de pequeños y mofletudos querubines sujetando el escapulario del Carmen.

Las representaciones ya comentadas que estaban encima del presbiterio (tanto las mayores como las menores) presentaban, al contrario que las del resto de la iglesia, fondo de nubes y cielo, y mostraban un concepto menos riguroso del dibujo y un mayor “esfumado” que las demás.

CEREMONIA DE ACCIÓN DE GRACIAS POR LAS OBRAS DEL TEMPLO

El Libro de Actas de la Cofradía del Carmen nos informa acerca de la inauguración del templo tras las mejoras que lo dejaron mucho mejor que nuevo:

“Acción de gracias. El día 24 de Noviembre de 1935, fiesta de San Juan de la Cruz, se celebró una solemne función religiosa en acción de gracias, a cuyo acto asistió el primer Definidor Rvdo. P. Atanasio en representación del muy Rvdo. P. Provincial Fray Ezequiel, que se hallaba enfermo. Por la mañana, a las 10, hubo una misa cantada por la Orquesta y la Coral de Santander. A media tarde, el Sr. Obispo instaló el Vía Crucis en la tribuna pequeña de la iglesia. Luego bendijo las obras del templo y presidió la solemnísima función de “Te Deum” en acción de gracias, en la que predicó el Rvdo. P. Máximo de San José. Hecha de pontifical la reserva del Santísimo, el Ilmo. Sr. Obispo D. José Eguino Trecu dirigió una devota plática al numerosísimo auditorio que asistía, felicitando entusiastamente por la tan acertada restauración y decoración de la iglesia al artista D. Flavio San Román, a la Comunidad, a la V.O. Tercera, Cofradía del Carmen y demás asociaciones y a todos los cofrades y fieles que con sus limosnas han cooperado a estas grandes obras en la iglesia de su Patrona, la Virgen del Carmen”.

Por su parte, El Diario Montañés daba cuenta también, con mayor lujo de detalles, de la festiva jornada en su número correspondiente al 26 de noviembre. Ésta es su crónica:

“Según anunciamos, el domingo pasado, fiesta de San Juan de la Cruz, en la iglesia de los Carmelitas se celebraron solemnes cultos de acción de gracias por la feliz restauración del templo carmelitano bajo la inspiración de un gran artista montañés y con las limosnas recogidas por algún tiempo con este fin de todos los cofrades santanderinos de las piadosas Asociaciones de la Orden Tercera y Cofradías del Carmen y del Niño Jesús de Praga y de Santa Teresita, establecidas en esta hoy tan hermosa iglesia de la calle del Sol.

A las seis y media y a las ocho hubo misas de comunión general, celebradas por los RR. PP. Atanasio del Sagrado Corazón de Jesús y Máximo de San José, representantes delegados de la Provincia y Provincial de San Joaquín de Navarra, a cuya jurisdicción pertenece esta comunidad carmelitana de Santander. La Coral y Orquesta de Santander, a las diez, cantaron admirablemente bien, bajo la irreprochable batuta del gran maestro montañés señor Alegría, la misa a tres voces de hombre de Lorenzo Perosi, por la fiesta trasladada de su patrona Santa Cecilia, oficiando en el altar el ilustre profesor de Corbán D. Valentín Torre y acompañando al órgano el afinado organista de la Comunidad, el P. Miguel María.

Por la tarde, a las siete, dio comienzo la función bendiciendo nuestro amadísimo señor Obispo las nuevas imágenes de la iglesia, viéndose entre la numerosísima concurrencia las Directivas de señoras y caballeros de la Cofradía del Carmen y las tres Comunidades en pleno de las Hermanas Carmelitas de los Sanatorios “Cantabria” y “La Alfonsina” y del Asilo de “San Cándido”.

Hecha la exposición del Santísimo y cantado por el pueblo el Christus vincit de la Acción Católica, el elocuente R.P. Máximo de San José explicó el significado del templo y el de las pinturas decorativas principales del delicado artista D. Flavio San Román, en cuya idea sobresale, accediendo a los deseos y ruegos de esta Comunidad de los Carmelitas, el espíritu de la Iglesia Católica con los soberbios cuadros de los cuatro Evangelistas en el presbiterio, cada uno de cerca de tres metros de altura; la historia de la Orden del Carmen, desde San Elías hasta Santa Teresita, pasando por Santa Teresa y San Juan de la Cruz, con muchos santos y místicas inscripciones y magnífico escudo de la Orden frente al del Papa reinante; las glorias de España y de otras Ordenes Religiosas con los santos Isidoro de Sevilla, Francisco de Asís, Tomás de Aquino, Pedro de Alcántara, Ignacio de Loyola, Francisco Javier; los recuerdos de la religiosidad de la Montaña con Santo Toribio de Liébana; de la Diócesis, con el perfectamente ejecutado escudo de nuestro amadísimo Prelado, doctor José Eguino Trecu, frontero al de la ciudad de Santander, con las históricas cabezas de sus Patronos Mártires. Terminado, con grandes y merecidos plácemes al artista, el elocuente sermón del P. Máximo, se cantó el solemne Te Deum anunciado, en el que ofició nuestro Sr. Obispo asistido por el R. P. Atanasio, de presbítero asistente, de ministros los Padres Samuel y Leandro, Superior del Soto, y los señores D. Severiano Fernández y D. Felipe Pérez de mitra y báculo.

Dada la bendición del Santísimo, el exmo. señor Obispo habló breve y paternalmente a la Comunidad y Cofradías de esta iglesia de la Virgen del Carmen, felicitándolas efusivamente y agradeciéndolas cariñosamente por la labor de restauración ejecutada, como también muy calurosamente al pintor cristiano y fervoroso D. Flavio San Román, que tan acertada y delicadamente la ha ejecutado conforme a las Reglas de la Iglesia sobre el voto religioso; pero también abrió su corazón de Padre y Pastor de la Diócesis: “ayer, muy de noche -decía- llegué a Santander de mi visita pastoral con el único fin de asistir a esta vuestra fiesta de gratitud a la Virgen del Carmen y traigo, como siempre, el corazón apenado por las grandes necesidades que hallo en cada iglesia de la Diócesis, muchas de las cuales amenazan ruina, que no la puedo evitar; por toda la Diócesis quisiera llevar yo a D. Flavio a restaurarlas y decorarlas, como lo ha hecho tan maravillosamente con esta vuestra iglesia”. Terminó con verdadera emoción su sentida y paternal plática, exhortando a todos a cooperar siempre por doquiera al sostenimiento y belleza artística de los templos de Dios y de la Virgen.

Con el canto de la Salve a la Virgen por toda la inmensa muchedumbre, enfervorizada por las sentidas palabras de su Padre y de su Obispo, y con la adoración de la reliquia de San Juan de la Cruz, se terminó esta larga y solemnísima función religiosa de tan imborrables recuerdos para todos”.

INTERVENCIONES POSTERIORES

Cuando la iglesia del Carmen fue restaurada de nuevo en 1954, "el pintor D. José Luis Negrete, junto con el arquitecto jefe de Regiones Devastadas, D. Juan José Resines del Castillo, examinaron y ponderaron mucho la antigua pintura, y de común acuerdo resolvieron conservar las figuras pintadas y los demás pormenores de la decoración", según narra el P. Juan José Saenz de Santamaría en su Monografía del Convento de Padres Carmelitas Descalzos de Santander (1955, p. 52). Y continúa diciendo: "El ennegrecimiento de los muros resultó ser efecto de la oxidación del óleo que se empleó, en exceso graso, al contacto con el aire ambiental, húmedo y enrarecido. Los ángeles y medallones, etc..., luego de limpios, volvieron a su anterior belleza; y para evitar una nueva oxidación del decorado, se ha utilizado una mezcla de menos grasa y más aguarrás, sin olvidar la renovación del aire, encomendada a diez ventiladores (p. 53)".

Por desgracia, en la restauración de 1984 no se actuó con la misma inteligencia y, además de ser tapados grecas y adornos de menor cuantía, también desaparecieron los ángeles trompeteros del sotocoro, las escenas celestes de los muros altos del presbiterio y las parejas de niños alados con el escapulario del Carmen de las cuatro caras del crucero. Y para mayor quebranto, se ocultaron además las grisallas situadas a los pies de los lienzos representativos de los evangelistas y las inscripciones que orlaban las 20 pinturas circulares indicando quién era el santo efigiado en cada una.

La nueva intervención general en las paredes del templo que se realizó en 2014 supuso una oportunidad valiosísima para intentar la recuperación de las efigies tapadas, probablemente supervivientes todavía bajo las capas de pintura que las recubren. Pero nada se hizo al respecto, a pesar de las insistentes sugerencias de quien esto escribe. Tampoco fueron sometidas a una limpieza científica, que reclamaban con urgencia, las representaciones de evangelistas y santos ni las parejas angélicas subsistentes a la vista, de modo que en la actualidad el ennegrecimiento que afecta a todo ello es enorme y en varios casos hace ya prácticamente irreconocibles los rasgos de los rostros que Flavio creó.

AUTOR: Francisco Gutiérrez Díaz